Periplo Ediciones

Por Flor Monfort
Julia Child apela a la amistad y al placer de comer sin olvidar el goce y el juego de la infancia.

Estados Unidos tiene su propia Doña Petrona: Julia Child murió en 2004 y fue durante buena parte del siglo XX referente de la gastronomía para todos y todas. Si nuestra maestra de las hornallas se caracterizó por hacer recetas súper cargadas de azúcar y huevos (¡doce para la famosa Torta Angel!) Julia lo hizo por haber llevado la cuisine francesa a un nivel accesible y con un lenguaje popular. Con ella, varias generaciones de norteamericanxs conocieron la famosa sopa de cebolla, el boeuf bourguignon y el clásico omelette. Pero ¿cómo llega Julia Child a un libro para niñxs? Idea de Kyo Maclear, escritora británica que vive en Canadá, novelista y autora de más de seis títulos infantiles quien entre sus 15 y 18 trabajó en una pastelería en Toronto y se llevó de esa experiencia la profundidad que encierra el acto de comer y compartir la comida.

Pero la Julia de Kyo (homenaje y licencia poética de la autora) es una nena que, junto a su mejor amiga Simca se fascina con un lenguado a la meunière y empieza a experimentar y a estudiar repostería, no sin probar y equivocarse, no sin roces con su gran compañera pero con tres pilares fundamentales: “Algunas amigas son como hermanas”, “Nunca se debe creer que es demasiada la manteca” y “Es mejor ser una niña para siempre”. Juntas se embarcan en la aventura de recorrer mercados y probar recetas nuevas hasta que detectan que mientras de sus humeantes ollas salen arco iris, la vida de la gente adulta es gris y monótona. Por eso deciden aunar sus esfuerzos en mejorar la rutina loca y apurada de lxs grandes: les cocinan un banquete con soufflés espumosos y baguettes crujientes que ellxs disfrutan como lxs niñxs que fueron y que ya no son… Hasta que los problemas afloran en la mesa, hay llanto y mezquindad entre los adultxs atareadxs, y Julia y Simca deciden probar con una nueva fórmula, abundante en chocolate, crema y almendras, para devolverlos a su niñez. Así es como llegan a la conclusión que lo mejor es escribir su propio libro sobre el arte de ser niñxs, con ingredientes como semillas para el asombro y extracto de ir más despacio.

“Este libro nos hace reflexionar sobre la vida moderna (el uso de tiempo, de nuestras rutinas y de los estados de ánimo) y nos demuestra que a través de la cocina y de los sabores una puede volver a encontrar la felicidad tal como la conocíamos de niños. Lo vi como un excelente libro para sumar al catálogo de la editorial con su mensaje claro, fuerte y a la vez simple que nos lleva hacia las ollas y a las mesas compartidas” dice Eloise Alemany, responsable de Periplo, la editorial que lo trajo a nuestro país y se encargó de la traducción perfecta de Inés Garland. “El proceso fue hermoso y también extenso. Hay tantas sutilezas y expresiones que hubo que reconstruir sin perder la magia del original. Era importante preservar la esencia de estas dos niñas y lograr una buena lectura”. No es difícil adivinar esas expresiones en frases como “para que los adultos superaran sus sentimientos de “nuncalcanza” (…) y fueran un poco menos bestias y un poco más generosos”.

Las ilustraciones de Julie Morstad amplifican el relato armando un recorrido fascinante que tiene en su primera página la mejor receta: la que mezcla dos niñas, una taza de palabras y otra de dibujos, más una cucharadita de ideas, una pizca de imaginación y 20 gotas de jolgorio (plus mucha manteca) para dejar reposar, probar con un editor y un diseñador y rociar la fórmula con un arco iris y lágrimas de cocodrilo. Esa es la receta mágica de Julia Child.

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