Las voces de mi ciudad
Las 12
Por Flor Monfort
El olor del chimichurri, el sabor de las facturas, el verde del botánico y los ruidos del centro son hábilmente capturados por Mercedes Villalba en No muy lejos (Periplo), para chicxs de entre 7 y 12 años.
Qué es una ciudad y cómo se captura, mediante qué recorrido y apelando a qué texturas es una de las capas de la cebolla del trabajo que emprendió el equipo de Periplo Ediciones, con Eloise Alemany a la cabeza, Mercedes Villalba, autora del libro, y Delfina Estrada, su ilustradora. El proyecto de No muy lejos empezó hace un año y medio con una idea de Alemany: hacer una especie de souvenir sobre Buenos Aires, algo que el visitante pudiera llevarse y que el local pudiera tener en su mesa como golosina para los sentidos. “Me parece interesante tratar de congelar una ciudad en una memoria. Es un gesto que puede parecer naïve pero que también es político, sobre todo en una ciudad como Buenos Aires, donde siempre me pareció que la gran constante es el cambio. En ese movimiento constante siempre hay pujas de poderes entremezclados con azares que van dando forma a las cosas que durante un tiempo quedan fijas, pero que nunca se sabe cuándo pueden desaparecer”, dice Villalba, antropóloga y poeta. No muy lejos es su primer libro para chicxs de entre 7 y 12 años pero, como todo recorte, es caprichoso; los más chicos disfrutan de las ilustraciones y los textos son muy amenos para todas las edades, incluso para adultos. “NML es un libro sobre las cosas, no sobre las personas. Aunque por el tono infantil está planteado más como una fábula, en realidad es bastante cercano a lo que hago como investigadora. Como antropóloga me gusta investigar las ramificaciones que tienen cosas que damos por sentadas, la antropología tiene una buena serie de herramientas teóricas para entender esas cosas: exotizar la cotidiano y cotidianizar lo exótico le dicen.
¿Cómo eligieron los lugares a representar? Están los paseadores de perros y las tipas de plaza San Martín, las calesitas y la Biblioteca Nacional…
–Empecé con una lista de cosas, sensaciones y detalles que me parecía que tenían que estar en un libro que hablara sobre Buenos Aires. Había desde chicitos a terrenos baldíos, pebetes, las flores violetas de al lado de las vías, asados de obra, los despertadores de Retiro. Eloise fue sumando a esa lista y sugiriendo lugares que le parecía que podían aparecer. Se me ocurrió que el libro podía ser como una toma continua que pasa de una escena a la siguiente por algún detalle, y así fuimos construyendo el recorrido, que si lo mirás en un mapa tiene bastante sentido y se parece mucho al recorrido que hace alguien que está de visita en la ciudad. El acento está puesto en los detalles que hacen que esos lugares sean especiales y, aunque el tono sea infantil, mucha de la información hace referencia a curiosidades que pueden ser tan fascinantes para los grandes como los dibujos o los personajes para los chicos. La historia del Barolo y su edificio mellizo en Montevideo, por ejemplo. O el guiño al sindicato anarquista de panaderos de Buenos Aires (mi preferido). Hay algunos que son muy sutiles y hay otros que son pura fantasía. Descubrirlos también puede ser parte del encanto del libro.
El libro está pensado para los chicxs pero funciona también para los grandes. ¿Cómo trabajaste esa narración neutra con tanto encanto?
–El libro es para chicos pero no quiere infantilizar a nadie, además está pensado para que los más grandes lo lean en voz alta y no se aburran. A mí cuando era chica me encantaba leer libros que no me trataran como una tarada. Y de grande me pasa lo mismo. Tuve la suerte tremenda de tener una tía y una abuela que contaban historias fantásticamente y se apropiaban de todo, desde la mitología griega hasta la historia del conde Drácula, y papás que entendían que María Elena Walsh era una genia. Así que no se me ocurre otra manera de escribir un libro para chicos, no es muy distinto de lo que escribo normalmente aunque tiene un tono más forzado, más exagerado… ahora que lo pienso, un poco como el tono que ponían mi tía o mi abuela cuando empezaban a contarme alguna historia fantástica como si les hubiera pasado a ellas.